martes, 3 de enero de 2012

Monigote especial


El ejército de ocupación hondureño llevaba días recibiendo informes sobre nuevos elementos insurgentes con gran capacidad de aguante. “Son inmutables, resistentes e incluso dispuestos a cargar explosivos dentro de ellos… como los iraquíes”- dijo el oficial G-2 que dio el informe definitivo previo a que se lanzara el gran operativo. “Esta es mi gran oportunidad para ser ascendido”, se dijo el G-2 frotándose las insignias.

Las Fuerzas Especiales fueron reunidas en el patio del cuartel y alentadas para que no tuvieran contemplaciones con los terroristas. Les dieron nuevos detalles del tipo “pueden parecer indingentes y no lo son, pueden cargar hasta cuatro kilogramos de C4 y además, lo que es más peligroso en ellos… son de mecha corta”. Los soldados lo entendieron perfectamente: no había lugar a dudas ni por un segundo. Salieron a la calle y pronto vieron mucha algarabía. Sospechoso, muy sospechoso en un pueblo tan triste, se dijeron.
Los nervios aclimatados a la bala viva del batallón les hizo diferenciar qué cosa, escuchada a lo lejos, era cuete y qué cosa disparo en la nuca. “Algún compañero sicario debe estar cumpliendo aisladamente su trabajo”, dijo el oficial en voz alta, para subir la moral de la escuadra, y esta respondió automáticamente cerrajeando sus nueve milímetros.

Las rocolas y los equipos de sonido tronaban con la Navidad sin ti de Los Bukis y esto no hizo más que confirmar la gran estrategia que el G-2 había detectado en la insurgencia, similar a la utilizada por la guerrilla salvadoreña en los días previos a la gran ofensiva del 89 en San Salvador. Por eso fue que a la tropa se le había entrenado rigurosamente en la identificación puntual de las canciones que podrían ser usadas para ese fin distractivo. Desde las 3 de la madrugada, los parlantes de las barracas arrancaban el día con el Cangrejito playero, La muerte del Sambunango, A lo oscuro metí la mano, El africano y  muchas otras canciones populares al estilo del yo no olvido el año viejo.

¡Esas son las canciones de mecha larga! ¡Cuando las escuchen es que la insurrección va en camino! gritaba el sargento instructor a los pobres monigotes especiales, y estos respondían con un portentoso ¡y duro con ellos, duuurooo con ellos, Señor!! Muy pronto se veían corriendo alrededor del campo, haciendo amagos con el R-15 y lanzándose contra un espantapájaros que se burlaba de ellos aguantando la risa. Sí, los campesinos de la zona comenzaron a notar que alguien estaba desapareciendo sus espantapájaros y si no lo denunciaron fue por purito miedo, porque también se fue haciendo notoria la aparición de vísceras de trapo regadas a la orilla de las quebradas y de pelotas de plástico agujereadas por yataganes.

Los soldados llegaron a un barrio del sur de la Capital. Bajaron intimidando a los cipotes con su camuflaje. Las doñitas cerraron las puertas y los del billar no tuvieron tiempo de meter al subversivo. Eso fue lo que dijeron los testigos después de que los soldados se lanzaran sobre el muñeco y lo rodearan a puras patadas. ¿Dónde están los otros, basura? -y el muñeco no decía nada- ¿Dónde fuiste entrenado, ñángara? –y el muñeco se les quedaba viendo, insondablemente divertido. Y fue justo el momento en que a uno de los soldados se le ocurrió la trágica idea de quemarle al muñeco la planta de los pies para que soltara lo que sabía.
Sacó el encendedor Belmont y lo puso justo donde el papel periódico que hacía de zapato decía: “Alcalde capitalino prohíbe venta de pólvora”. 

Toda la vecindad cerró las puertas y ventanas cuando comenzó el estallido. Un estallido tan conmovedor que volatilizó en un segundo a la escuadra anti-subversiva. Las detonaciones continuaron 45 minutos más; el helicóptero de la policía sobrevoló la zona y describió lo ocurrido como un atentado en toda su regla. Se desató la persecución y no quedó muñeco con cabeza en ninguna esquina de barrio o colonia. Cuando el avispero hubo pasado, la gente comenzó a reír, primero como una chispita del diablo y luego como una carrera de bombas de feria. La risa era incontrolable y las cebollas, morteros, volcanes, metralletas, mariposas y cachinflines se mezclaron al estruendo de los equipos de sonido que repetían sin descanso el Jugo de piña, El comelón, El comején, Apágame la vela, El jardinero, La muerte del Sambunango teleño, La pastilla del amor y toda, si, pero toda la ristra de éxitos de Los bukis.

El aguerrido comandante G-2 y monigote especial fue ascendido al fin… pero ascendido a los cielos por el monumental estallido.

F.E.

 
Gracias a: fabricioestrada.blogspot.com

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