viernes, 23 de marzo de 2012

San Ignacio o el vacío azul



Existen muchos pueblos en Honduras que para existir han debido entregar sus entrañas. Convertidos de pronto en una larga víscera expuesta, destellan furiosos ante el sol.
Fue lo primero que vi al despertar en San Ignacio, norte del departamento de Francisco Morazán. Su destello de óxido y tierra blanca. Su silencioso vacío apenas interrumpido por el crujir de maquinarias fantasmas. Ubicado en un extremo del Valle de Siria, el pueblo ha quedado postrado, al final de una carretera polvorienta que se incrusta hasta el centro mismo del casco urbano.


La colosal minería canadiense vino desde el círculo polar ártico con enormes máquinas que presagiaban pasos agigantados para la población pero lo único que dejó es una población en permanente estupor. Dinero fácil mientra operó e intoxicación y envenenamiento de humanos y suelos. Intenté ver el Valle de Siria con Google Earth y un velo de pixeles se opuso a que pudiera observar la mina desde el cielo. Al parecer la transnacional firmó algún contrato para cerrar los cielos en la web y que nadie mirara lo que movían. ("yo solo quería ver los camiones gigantes" -hubiera sido mi excusa- nada más, please). O quizá, dios mismo tiene miopía...
 Más caliente que sus aguas termales y más ancha que el cráter en su "cielo abierto", la esperanza de los pobladores muchas veces significó un contrato por una semana: 3,000 Lempiras (alrededor de 158 dólares) por limpiar interiores de tanques con sustancias tóxicas. Por supuesto, sólo daban trabajo para esa única semana, para que la intoxicación no delatara tanto. Claro que hubo contratos mejor renumerados y puestos especializados para muchos, pero al igual que las fuentes contaminadas, el bolsillo y el pueblo iban corroyéndose inexorablemente, hasta que la organización los despertó a todos en una realidad donde ya no cabía Entremares.















 Casa que habitó el maestro y pedagógo Luis Landa, uno de los más ilustres personalidades nacidas en San Ignacio.
 Luis Landa


 Para llenar el enorme hueco excavado en San Ignacio, "la compañía" dejó en su interior un espejismo, para que la población recuerde el verdor de los dólares extraídos junto al oro que nadie vio circular de mano en mano. Tan azul como la piscina fue el sueño.










Valle de Siria. Al fondo, la mina a cielo abierto.

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